Desde los caramelos de la selección argentina hasta los gestos de «Mostaza» Merlo, estas supersticiones forman parte del ADN futbolero, uniendo a jugadores, técnicos e hinchas en un ritual colectivo que mezcla pasión, fe y una pizca de magia.
Si algo nos define como argentinos, además del mate y el asado, son las cábalas. Esas pequeñas manías que pueden parecer absurdas, pero que defendemos con la firme convicción de que cambiarse los calzoncillos «de la suerte» antes de un partido puede marcar la diferencia entre la gloria y la tragedia. Y si hablamos de fútbol, esas supersticiones no solo tienen sentido: son prácticamente obligatorias.

Desde sus inicios, el fútbol se convirtió en la religión no oficial del país, con sus propios rituales y devotos. En cada potrero, estadio y living argentino, hay un fanático repitiendo su rutina inquebrantable, convencido de que su remera rota o la manera en que acomoda el control remoto es tan importante como la táctica del DT.

Entre las cábalas más icónicas de los últimos años destaca la de los caramelos en la selección argentina. Rodrigo De Paul y Leandro Paredes, antes de cada partido, recorren el mediocampo como si estuvieran en el patio de su casa, observando las tribunas, tomando fotos y riendo entre ellos. En un gesto casi sincronizado, desenvuelven un caramelo y lo disfrutan mientras el ambiente se llena de expectativa, como si ese pequeño acto sellará el destino del equipo.

Si viajamos al pasado, el Mundial de México 1986 fue un desfile de cábalas, encabezadas por Carlos Bilardo. Entre los rituales más curiosos, el orden de salida al campo era sagrado: Diego Maradona siempre era el primero y Jorge Burruchaga, el último. Bilardo también hablaba con los mismos dos fotógrafos de El Gráfico antes de cada partido y corría a sentarse de primero en el banco de suplentes, siempre en el extremo derecho. Otro ritual inolvidable era el de Ricardo Giusti, quien enterraba un caramelo en el mediocampo antes de cada encuentro.

No solo se viven en las grandes competiciones internacionales, también forman parte del folklore del fútbol local. Un ejemplo clásico es el mítico técnico de Racing Club, Reinaldo “Mostaza” Merlo, quien tenía sus propios rituales. Su gesto más conocido era hacer «cuernitos» con los dedos cada vez que el rival atacaba, acompañado de la estricta costumbre de usar siempre la misma ropa durante las rachas ganadoras.

Hoy, estas tradiciones siguen vivas en la albiceleste. Gustavo Costas, actual entrenador del equipo que juega la final de la Copa Sudamericana este sábado, también tiene sus costumbres. Las cámaras lo han captado besando repetidamente su rosario antes de cada partido, un gesto que se ha convertido en un ritual indispensable previo al pitido inicial.

Las cábalas no son exclusivas de los jugadores o entrenadores. Los hinchas argentinos, famosos por su fervor, también participan en esta tradición. Según una encuesta de OhPanel realizada en 2018, el 37% de los aficionados admitió seguir cábalas de forma disciplinada. Los hinchas de Boca lideran este ranking con un 48%, mientras que solo el 19% de los seguidores de River confesaron tener rituales. Otro que tiene una cábala particular es el Chiqui Tapia, que llevó al muñeco Chuky al Mundial de Qatar después de que le diera suerte a la selección en la primer Copa América obtenida.

Estas supersticiones trascienden el fútbol. El piloto argentino Franco Colapinto, ferviente hincha de Boca, reveló que llevó a cabo un ritual antes de un partido clave: “Le prendí unas velitas a Leandro Brey”, dijo refiriéndose al arquero que se convirtió en héroe al anotar el penal decisivo ante Talleres de Córdoba por los octavos de final de la Copa Argentina.

En nuestro país, las cábalas son como el offside: algunos no las entienden, pero todos las respetan. Porque en el fútbol, creer nunca está de más. ¿La camiseta rota? Se queda. ¿Los caramelos? Que no falten. ¿El rosario? Al banco, pero bien besado. Si algo hemos aprendido, es que entre el talento y la suerte, siempre es mejor cubrir todas las bases y yo, como siempre, elijo creer.
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